Vistas de página en total

Concepción Arenal: pionera en la lucha por la igualdad de la mujer y María Feliciana de los Ángeles Miranda prócer de la Independencia de El Salvador (Vicentina)


Originaria de San Vicente, ofrendó su vida en aras de la libertad de nuestra patria tras la gesta libertadora de 1811, con motivo del Primer Grito de Independencia de Centroamérica.

S
u voz cayó como cañonazo a los habitantes de Sensuntepeque, un pintoresco pueblo cimentado entre penachos rocosos, en el norte de El Salvador, cuando llevó las buenas nuevas del Primer Grito de Independencia, aquel 20 de diciembre de 1811. Los vientos de octubre aún pululaban por el territorio salvadoreño y sacudían las copas de los árboles, a manera de brindis, por las buenas nuevas que lanzaba como dardos María Feliciana de los Ángeles Miranda y su hermana, Manuela, a los sensuntepecanos sobre el primer movimiento independentista que se había llevado a cabo en San Salvador, solo 49 días antes.

Ataviada con un típico traje campesino y el faldón adherido a su escultural cuerpo por las ráfagas de los vientos de Octubre, María Feliciana de los Ángeles Miranda, y su hermana,  hicieron sonar sus voces como tambor por la campiña de lo que hoy en día es el departamento de Cabañas, para difundir el primer movimiento revolucionario contra la Corona Española,  gestado en San Salvador. El Salvador y Centroamérica se sacudían por los hombres y mujeres que, desde el anonimato y a costa de sus vidas, como María Feliciana de los Ángeles Miranda, empujaban las baterías contra la monarquía española, tras casi 500 años de dominación.



María Feliciana de los Ángeles Miranda, prócer de la Independencia Patria. Foto Diario Co Latino.
María Feliciana de los Ángeles Miranda, prócer de la Independencia.

Alzamiento armado
Solo nueve días después del anuncio del Primer Grito de Independencia hecho por María Feliciana de los Ángeles Miranda y su hermana, la zona de Sensuntepeque y otras regiones de Cabañas se alzaron en armas.
Temprano en la mañana de ese 20 de diciembre, con el canto de los gallos como telón de fondo y un manto blanco envolviendo la aserrada geografía de Cabañas, cientos de hombres y mujeres provenientes de las regiones de San Lorenzo, El Volcán, San Matías, La Bermuda y Santa María, enfilaron rumbo a Sensuntepeque.
Las piedras, palos, uno que otro fusil y pistolas y todo lo que podría ser empleado para derrotar a los españoles en Sensuntepeque, dirigidos por el Teniente Subdelegado, José María Muñoz, se convirtieron en los principales aliados de los insurrectos, con María Feliciana de los Ángeles Miranda y su hermana a la cabeza.
Sorteando pedregales en la penumbra y zigzagueando el bosque y los matorrales, la muchedumbre emprendió su larga travesía desde la “Piedra Bruja”, un enorme monolito con petrograbados indígenas, camino a San Lorenzo, que había sido designado por los alzados como punto de reunión.
El rocío matinal aún impregnaba los rostros de los subordinados y apenas destellaban los rayos de sol ese día en el oriente, cuando los alzados iban rumbo a Sensuntepeque a poner fin a la monarquía española.
Iban apoyados por los comisarios Juan Morales, Antonio Reyes e Isidro Sibrián para realizar el mortífero ataque a las fuerzas españolas de Sensuntepeque, en el que tomarían momentáneamente el Cuartel Central y la Plaza de Armas, tras los intensos combates.
Derrotados pero no vencidos
Sin embargo, la esperanza de los insurrectos se desplomó cuando los refuerzos de Sensuntepeque y Guacotecti, otro pueblo de Cabañas, no apoyaron la revuelta, lo que los obligó a huir en desbanda y dispersarse para no ser presa de las fuerzas españolas.
Los comisarios fueron capturados y hechos prisioneros por las fuerzas españolas, que los enviaron a calabozos del Castillo de Omoa, en Honduras.
María Feliciana de los Ángeles Miranda y su hermana Manuela, también fueron aprehendidas por el ejército español, que las envió como prisioneras al Convento de San Francisco, en San Vicente de Austurias y Lorenzana, de donde eran originarias. Los cientos de azotes que sufrieron las Miranda les fueron propinados en plena Plaza Pública de San Vicente, ante una temerosa multitud.
La Corona Española las envío a servir al cura español, Manuel Antonio de Molina y Cañas, en la misma ciudad, donde María Feliciana de los Ángeles Miranda enfermó a raíz de infecciones ocasionadas por el azote, lo que la llevó a la muerte el primer trimestre de 1812, cuando alcanzaba los 22 años de edad.
De villana, a Prócer de la Independencia
A casi 200 años de la Independencia de Centroamérica, María Feliciana de los Ángeles Miranda, después de ser considerada por los españoles como una villana, fue declarada por el congreso salvadoreño “Heroína de la Gesta Libertaria de 1811”, el 30 de septiembre de 1976.
Pero 27 años después, la heroína fue declarada por la Asamblea Legislativa de El Salvador, “Prócer Salvadoreña de la Independencia Centroamericana”, el 11 de diciembre de 2003. También su hermana Manuela Miranda fue nominada por el congreso “Prócer de la Independencia Centroamericana”, junto a doña Manuela Antonia Arce de Lara, y María Felipa Aranzamendi de Arce, quienes pasaron de villanas a Próceres de la Independencia.





A Concepción Arenal le debemos mucho. Todos. Por su valentía, por sus principios, por su lucha sin descanso. Fue pionera en muchas batallas. Se empeñó en denunciar la situación que vivían los presos, los pobres, los desfavorecidos, y les dio dignidad. Se empeñó en entrar en la universidad cuando entrar en la universidad era imposible si eras mujer. Se empeñó en pedir a gritos la igualdad en la educación, las oportunidades y el reconocimiento. Creó el feminismo cuando no se hablaba de feminismo.

Concepción Arenal tenía nueve años. Su padre acababa de morir en prisión. Cumplía condena por sus ideas liberales. Ángel del Arenal, miembro de una ilustre familia de Santander, fue un militar sobrevenido en la guerra contra los franceses. Como muchos de sus compañeros se opuso al absolutismo de Fernando VII y lo combatió con las armas. Fue derrotado. Sufrió la venganza del rey. Murió enfermo, solo, olvidado. Su familia abandonó Ferrol, donde Concepción había nacido en 1820, y se trasladó a Cantabria. María Concepción de Ponte era una viuda reciente, estricta, perteneciente a una influyente familia gallega. Se instaló con sus tres hijas en Armaño. Una aldea pequeña, en el valle de Liébana. Tierra de adolescencia para Concepción Arenal, que sufre otra pérdida: su hermana menor muere en 1830. Cinco años después la familia abandona la aldea y se traslada a Madrid.

Concepción Arenal no olvidará a su padre, no olvidará el valle de Liébana. Es una joven inquieta. La ciudad le asfixia. Vuelve la vista atrás. Quiere regresar. Pero ya ha aprendido que las pérdidas son permanentes. Tiene quince años. Una curiosidad interminable. Devoción por los libros. Aprende francés e italiano por su cuenta. Quiere estudiar. Su madre está de acuerdo. Pero sus ideas divergen. María Concepción de Ponte matricula a sus hijas como externas en el colegio de Tepa. El programa de estudios del centro es sencillo: consiste en enseñar a niñas de familias bien a comportarse en sociedad. Concepción Arenal, decepcionada, aprende filosofía y ciencias a solas en libros que rescata de bibliotecas familiares perdidas. La distancia que la separa de su madre es inmensa. No solo forman parte de generaciones distintas, están situadas en siglos opuestos.

En 1840 Concepción Arenal regresa a Liébana para cuidar a su abuela enferma, que agoniza. En Cantabria recupera el recuerdo del padre. La opresión materna se alivia. Toma una decisión. Preconfigura su legado: en adelante seguirá el camino que ha elegido, a pesar de todo y de todos. La fatalidad, o el destino, dan el visto bueno a su decisión. Su abuela muere dejándole en herencia todos los bienes de la familia. Un año después, de manera repentina, muere su madre. Concepción Arenal tiene 21 años, una resolución en mente, los medios necesarios, la voluntad.

Una mujer en la universidad

En la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, en el año 1841, un alumno al que nadie recuerda acude cada día puntual a clase. Su aspecto resulta peculiar, incluso para los estándares de una ciudad tan grande. Pelo corto, levita, capa y sombrero de copa. Un excéntrico, señalan sus compañeros. Un proviciano, aseguran otros. Es un alumno silencioso. Toma notas, concentrado. Presta toda la atención posible. Es consciente de que asume riesgos. Su identidad no debe ser revelada. Se llama Concepción Arenal y las leyes no le permiten asistir a la universidad. Ninguna mujer puede hacerlo.
Ocurre que un día es descubierta. El rector se ocupa del asunto. Parece un mero trámite burocrático. Desde su punto de vista no hay mucho que discutir. Pero Concepción Arenal se empeña en seguir aprendiendo. Discute, razona, exige. En algún momento de la discusión el rector y la alumna llegan a un acuerdo. Concepción Arenal tendrá que hacer un examen para demostrar sus conocimientos. Después, el claustro decidirá. A veces las revoluciones ocurren así, en una habitación cerrada, y nadie sospecha, ni siquiera los implicados, que se han puesto en marcha mecanismos complejos que terminarán transformando la sociedad.
Los resultados del examen fueron tan diáfanos que el rector se vio obligado a aceptar a Concepción Arenal en el centro. Pero las revoluciones, a veces, son lentas. Concepción Arenal tuvo que aprender en los términos de una comunidad educativa que negaba la enseñanza a las mujeres. Nunca pudo matricularse. Asistió como oyente. No realizó más exámenes. Y, por supuesto, no recibió ningún título. Tampoco le fue permitido interactuar con el resto de alumnos. A cambio, no tuvo que volver a disfrazarse de hombre. Cada mañana un bedel la recogía en la puerta del centro y la conducía hasta una habitación dispuesta al efecto. Allí, Concepción Arenal, a solas, esperaba el comienzo de la clase. El profesor la recogía, la conducía al aula, la sentaba en una zona apartada y, al concluir, la devolvía a la habitación, donde Arenal esperaba al siguiente profesor y a la siguiente clase. Su estancia en universidad duró cuatro años, hasta 1845.

Fernando peña





























Comentarios

Entradas populares